Continuando desde las Vegas, hicimos un alto del camino en Seligman, el pueblo donde más tarde pasaríamos la noche, para dejar las maletas, comer la mejor hamburguesa de mi vida (¡¡¡muy hecha o poco hecha me preguntaron, como si fuera un solomillo!!!!) y descapotar el coche para subir a ver el Gran Cañón por su parte sur.
Recorrimos la parte sur del cañón, al menos una trocito, porque recorrerlo entero lleva más de una tarde que es lo que nosotras pudimos dedicar.
Visitamos la exposición que alojan las antiguas cabañas de los pioneros, las tiendas indias y aguardamos en la punta oeste, en plena reserva india a que atardeciera, para conseguir disfrutar del mejor momento del cañón. A última hora el sol tiñe todo de un naranja intenso y una magia única.
Si alguno tiene previsto quedarse hasta esa hora mágica... aviso: un forro polar es aconsejable... la temperatura baja a toda velocidad. También se puede dormir allí mismo en varios hoteles que hay en la zona, pero hay que reservar con mucho tiempo y son mucho más caros. Aunque claro, las ocasiones únicas siempre se pagan.
Nuestra elección fue mucho más modesta pero superacertada. Dormimos en Seligman en el Canyon Lodge, un motel de carretera, regentada por un alemán muy agradable, en el pueblo en el que debe estar inspirada la película Cars. Un lugar anclado en los 50 que se ha quedado al margen de la autopista. El motel estaba fenomenal, unas camas estupendas, wifi gratis en la habitación, un desayuno delicioso... eso sí, fue imposible cenar nada a las 9 de la noche cuando llegamos al pueblo a la vuelta del cañón.
El pueblito entero merece una parada porque cada esquina tiene una foto peculiar. Desde una antigua gasolinera con su garaje convertida en tienda-café hasta la tienda más friki que he visto nunca con maniquies disfrazados hasta en el tejado y llena de recuerdos de la 66, ropa para moteros, badanas... todo muy Harley Davidson
En el pueblo se puede ver desde un taxi de los cincuenta a una réplica exacta del coche fantástico. Amén de cientos de referencias a la ruta histórica 66 que es el único recurso turístico que tiene el pueblo y que se encuentra prácticamente intacta a partir de este punto.
Pero el viaje obligaba a tomar la ruta 66 con el descapotable, entre moteros y camioneros para experimentar lo que sintieron las antiguas caravanas de pioneros en busca de las costas californianas. La estampa era de auténtica película del oeste. Incluso pueden verse las bolas de hierba cruzar la carretera. Casi tienes la sensación de ir a ver un indio en lo alto de una colina.
El desierto de Mohave es largo y ardiente... Imposible ir con el coche descapotado y sin aire acondicionado... al principio el paisaje ayuda y es espectacular, pero pasados unos kilómetros resulta monótono y con rectas eternas...
La llegada a Los Ángeles con sus autopistas resulta caótica y no apta para coches sin navegador GPS. Pero esta etapa del viaje la dejo para la siguiente entrega...
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